martes, 26 de octubre de 2010


Un atleta de la narrativa

El Nobel y su férrea disciplina de escritor. Tres episodios del Nobel que lo retratan como un profesional de la escritura.


La República
Hugo Neira
10 de octubre de 2010


La noticia del Nobel de literatura, me ha dado una inmensa alegría. Alegría por Mario, por su obra, por el Perú, por la literatura escrita en el castellano de América. ¿Me preguntan qué pienso, sabiendo que soy su amigo? Pues miren ustedes, el Nobel es una recompensa difícil, muy difícil, sobre todo si se toma en cuenta que ya se le ha dado, al castellano, en García Márquez. Se olvidan en Lima que la recibe en 1990 el mexicano Octavio Paz, otro grande de América Latina, por poeta y por ensayista. El Nobel no atiende a una sino a las literaturas. Por eso me alegra enormemente que la reciba Vargas Llosa. Ya lo he dicho desde años atrás, hace rato que la merece. Es que no ha escrito un par de  buenos libros, sino muchísimos. Y también teatro.

Cierto, somos amigos. Desde muy jóvenes. Estuvimos en la juventud del partido comunista de entonces. Estuvimos entre los discípulos que bajo la forma de asistentes tuvo Raúl Porras y que hacíamos fichas para el maestro, en la casa de  Colina. De lo primero nos salimos ambos, casi por las mismas razones, para pensar por cuenta propia. De la casa de Colina creo que no nos salimos nunca. Es decir, de la curiosidad por el libro, la escritura, el saber. Mario ha sido uno de los más gratos en recordar la huella de Porras en su vida. En decir cuánto contó en su vida las prácticas del oficio de escribir que aprendimos en esa casona. Saber hacer fichas, el arte de comentar un texto o de desarrollar una idea en un ensayo. Y que pensar y redactar son la misma actividad intelectual.

¿Cómo es Mario? Testigo de vida de tres episodios de su vida me autorizan a estas líneas. El joven Mario como dije en líneas anteriores. El Vargas Llosa que llega a Tahití el 2002 para un “ honoris causa” que nos hizo el servicio de aceptar, pues esa distinción no  le falta, porque iba también a procurarse información de primera mano sobre el Tahití de otrora. Escribía entonces su libro sobre Gauguin y Flora Tristán, El paraíso en la otra esquina. Y el tercer episodio es hace poco, en la Biblioteca Nacional, cuando yo era director. Mario, bueno es saberlo, prepara con una intensidad enorme el material previo de cada uno de sus libros, para luego volar en la creación que siempre se remite de alguna manera a la realidad. No es un realista-mágico como lo es García Márquez. Lo suyo es distinto. En Papeete, durante su estancia, lo vimos, o mejor, no lo vimos cada mañana en que residió en la isla, pues se despierta temprano y se sienta a trabajar. Y eso puede durar hasta pasada la una del día. Por las tardes recibe amigos, acaso lee. Las cenas son por la noche. No hay almuerzos con Mario. Chambea. En la Biblioteca fue igual. Me pidió alguna facilidad en su investigación. Le di entonces mi propia oficina para que no lo molestasen. Es una celebridad, lo iban a interrumpir, zalamerías. Le pedí a la más competente de las bibliotecarias, la que conoce dónde se halla cada papel y cada libro, Nancy Herrera, que le ayudara. El personal de la BNP se portó estupendamente. Le acarreaban cumplidamente los libros que Mario examinaba, a su manera, con velocidad pasmosa. Se asombraba el personal de su puntualidad, cada tarde, a las tres de la tarde en punto, a veces a medio afeitar,  sin tantas vainas, como un estudiante, con una bolsita de mano estilo deportista, ahí estaba.

 ¿Qué es Vargas Llosa? Miren, además del talento natural, que mostró desde sus primeros pasos (el personaje que escribe novelitas para los otros escolares en La ciudad y los Perros, el “poeta”, Alberto, sin duda es él mismo), hay algo más que requiere que se diga ahora. Para que lo sepan los jóvenes y, como se dice, las  nuevas generaciones. Mario es un trabajador empedernido. Un obrero de la literatura. Nada de bohemia en su vida literaria. Trabajo intenso. Seriedad. Escritor de anchas espaldas, acaso su modelo, me atrevo a decirlo, sea el norteamericano Ernest Hemingway. Amante como Mario de los viajes y de los reportajes. ¿ No ubica acaso su nueva novela, por salir, en un lugar difícil del Africa negra? Su escuela es, pues, también la de Flaubert, a quien dicho sea de paso ha dedicado un ensayo muy lúcido que en Francia se estudia. Para escribir Madame Bovary, el novelista francés rellenó miles de cuadernos de notas, de esos que usan los escolares. Y sobre base parecida, de tipo etnológica, psicológica, digamos, de ciencias humanas, el narrador Vargas Llosa coloca la intriga de la novela y sobre todo, sus recursos, desde el monólogo interior a la expresión en varios niveles de realidad, técnica en la que es un verdadero maestro. ¿ Saben los peruanos, que muchos novelistas europeos lo reconocen como el constructor de un nuevo paradigma de novela? Por  ejemplo, el escritor checo Milán Kundera, el autor de La insoportable levedad del ser. En suma, lección de profesionalidad y acérrimo culto por la libertad de la expresión. 

Lo que no dijo en El pez en el agua


La sorprendente cena de varguitas con Raúl Porras Barrenechea. 
Los discípulos querían agasajar al maestro con una cena y, sin querer, terminaron en una casa de cita.
Por Pedro Escribano (*)
La República

Lo que Varguitas no dijo en El pez en el agua
se re­monta a finales de los años cincuenta, cuando el escritor –como Hércules en la mitología griega– tenía hasta siete trabajos, entre ellos el de fichar libros y el trabajito de inventariar tumbas para el historiador Raúl Porras Barre­nechea en el viejo cementerio Presbítero Matías Maestro de Lima.

Pero don Raúl Porras Barrenechea no solo era su em­pleador, sino también un amigo y un gran maestro de quien tenía mucho que aprender. Mismo guía, el ilus­tre historiador y diplomático se hacía rodear por jóvenes intelectuales talentosos que con el correr de los años se convertirían en figuras nítidas de la cultura peruana.

Por eso, cuando Porras Barrenechea fue elegido presidente del Senado en 1957, sus discípulos lo invitaron a cenar en un concurrido restaurante criollo de la época, “El Parral”, en el Rímac. El historiador aceptó gustoso y ofreció el carro oficial del Congreso de la República para trasladarse al ágape. Los anfitriones eran Mario Vargas Llosa, la tía Julia Urquidi (y su hermana, quien había venido de Bolivia), Abelardo Oquendo y su esposa Pupi y Luis Loayza.

A ninguno de ellos se le había ocurrido hacer la re­serva del caso en el restaurante, así que cuando llegaron lo que encontraron no fue una sorpresa: no había mesa libre. Y no consiguieron una por más que le dijeron al administrador que el invitado especial era nada menos que el reconocido historiador y presidente del Senado del Perú, el doctor Raúl Porras Barrenechea.

El administrador, sin negar su comprensión por la alta investidura política e intelectual del agasajado, adujo que no podía hacer nada pues sus comensales habían he­cho sus respectivas reservas con antelación y él no podía atreverse a incomodarlos.

Y vayan a ver quiénes ocupaban las mesas, nada me­nos que los Romero, los Benavides, los Osma, los Berke­meyer, familias de la alta sociedad limeña.

“Lo que se puede hacer –dijo el administrador– es lla­mar a la policía y explicarles que se trata del doctor Raúl Porras Barrenechea, quizá así se agrupen algunas familias amigas y dejen una mesa libre para el doctor. Pero eso sí, esa gestión la hacen ustedes”.

Esa era una buena idea y corrieron hacia el maestro. A como dé lugar querían homenajearlo con una cena, y no era para menos, querían demostrarle cariño y gratitud por la amistad que les tenía. Y no les quedó otra cosa que mentirle, diciéndole que como era un restaurante crio­llo también venía gente informal y criolla que no había respetado la reserva, por lo que era necesario llamar a un policía para contar con una mesa.

El historiador y diplomático, como es natural, se opu­so a tamaña gestión y más bien, como siempre generoso, ofreció una cena alternativa:

–Les invito a comer pollo a la brasa en La Granja Azul, en Santa Clara, Chosica.

La Granja Azul estaba muy lejos, pero como tenían la movilidad oficial del Congreso de la República nadie dijo no. Se enrumbaron tras la ansiada cena de home­naje.

Pero todo estaba en contra. Llegaron cuando bordea­ba la medianoche y acababan de apagar los hornos y ce­rraban el restaurante. Cuando el administrador se enteró de que estaba allí como comensal el historiador más pres­tigioso del Perú, resolvió atenderlo.

–Pero eso sí –advirtió a los entusiastas y agradecidos discípulos– son las doce de la noche. Hasta que se caldeen los hornos y se cocinen los pollos, la cena estará lista a la una o una y media de la madrugada.

Raúl Porras, enterado de este horario, desistió de la cena. El pollito a la brasa en Chosica también se había quemado en la puerta del horno. Y el grupo optó por regresar a Lima.

En el camino, Pupi, que estaba embarazada, le conta­ba a Julia Urquidi que se había quedado con el supremo deseo de comer pollito. Era el antojo de embarazada.

El historiador las escuchó en silencio.

El carro zangoloteaba en la pista, la misma que, al distanciarse de Lima, empeora hasta convertirse casi en superficie lunar. El pesar, la frustración de no haber en­contrado pollo a la brasa crecía en rumores y quejas en el grupo, sobre todo en las muchachas. Y Raúl Porras no pudo más. Se acercó hacia los oídos del joven Vargas Llo­sa.

–¡No me diga, doctor! –exclamó Varguitas.

–Sí –susurró Porras–. Es una pollería que sirve de fa­chada al Cinco y Medio. Está abierta toda la noche, pero el problema son las chicas, cómo llevarlas allí.

Vargas Llosa, rijoso, rió y les dijo a todos que el pro­blema de comer pollo acababa de resolverse. El historia­dor instruyó al diligente chofer sobre qué atajo tomar para llegar, pero, eso sí, guardaron el secreto ante las chicas.

Efectivamente, al arribar descubrieron un restaurante solitario que tenía, por un lado, una pista de entrada y, por el otro, la de salida.

El Cinco y Medio era entonces una casa de cita donde las doncellas de Lima perdían la virginidad. Era un lugar que solo se nombraba a media voz por su mala fama, por todo lo que implicaba contra la supuesta decencia y las buenas costumbres.

Sin embargo, a Varguitas y a los muchachos del gru­po cenar allí les pareció una situación más que divertida. Guardaron el secreto hasta cuando las muchachas, en ple­na cena, se dieron cuenta de que, por un lado, ingresaban taxis con parejas y, por el otro, salían los choferes con sus respectivos autos, solos.

–Mario –preguntó intrigada la tía Julia–, ¿adentro hay otro ambiente? Las parejas ingresan y no salen a sen­tarse junto a nosotros.

Vargas Llosa la miró no sin bosquejar una pícara son­risa y terminó por confesarles en qué lugar estaban ce­nando.

La tía enmudeció. Pupi también. Abrieron los ojos como platos, se llevaron las manos a la boca, se escanda­lizaron, y reclamaron que cómo había sido posible haber traído allí al doctor. ¿Y si llegaba un periodista?, ¿y si un fotógrafo registraba la imagen del grupo y el carro negro oficial del Congreso, que estaba allí, estacionado, en el Cinco y Medio, con su chofer y su Escudo Nacional en la capota, como si fuera un Batimóvil? Luego de un breve silencio, terminaron por calmarse. Después se mataron de risa.

Esa noche, como bien recuerda Abelardo Oquendo, Raúl Porras tomó la palabra para hablar sobre las cosas in­sólitas y hasta caprichosas del joven Pablo Macera, quien también era su discípulo. Decía que Macera era brillante, inteligente, pero desordenado. Temía que si no se disci­plinaba nunca llegaría a producir algo intelectualmente orgánico. Menos mal que el tiempo ha demostrado lo contrario.

La cena continuó, pero de rato en rato se pregunta­ban qué pasaría si por allí llegara un periodista cámara en mano. El presidente del Senado, con el carro oficial del Congreso, dos señoras, una de ellas embarazada, joven­citos, en el Cinco y Medio. El escándalo que se armaría. Degeneración total.

Un gran historiador, como Raúl Porras Barrenechea, un joven crítico, Abelardo Oquendo; un prosista de primera línea, como Luis Loayza, y un escritor llamado con el tiempo a ser un gran novelista del mundo, y todos juntos hablando de Pablo Macera, quien llegó a ser también un gran historiador. Sin duda, una noche así, en el Cinco y Medio, será irrepetible.

(*) Tomado del libro Rostros de memoria. Pedro Escribano, Ed. UCH, 2009.



EL DATO
El conductor. Raúl Porras se convirtió en un verdadero guía de una generación de jóvenes intelectuales, además de Vargas Llosa, Abelardo Oquendo, Luis Loayza, Hugo Neira, entre otros. 

El escritor que aborrece la mediocridad



VARGAS LLOSA Y EL NOBEL DE LITERATURA
Por: Martha Meier MQ
Sábado 9 de Octubre del 2010

En medio del hormigueo, de la multiplicación general de la mediocridad, es un estímulo formidable”, ha escrito el chileno Jorge Edwards ni bien enterarse de que el Nobel de Literatura 2010 ha sido –por fin– para Mario Vargas Llosa. Como un salmón que nada a contracorriente para retornar al origen, Vargas Llosa ha enfrentado con la pluma y el verbo la mediocridad, la banalidad y la frivolidad convertidas ya en el indeseable sello de nuestros tiempos. Su extraordinaria obra literaria es un compromiso con la excelencia que la mayoría prefiere no cansarse en buscar.

En un mundo de facilismos, de verdades a medias y de evasiones, nuestro Nobel es una especie en extinción. Asunto que quedó bastante claro tras “La civilización del espectáculo”, conferencia dictada en Madrid (2008) en la Asamblea 64 de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y publicada posteriormente en la revista “Letras libres”. Lo de Vargas Llosa fue un grito de libertad, una feroz crítica a esta sociedad de valores invertidos en que lo único importante es pasarla. No quedó títere con cabeza. “La literatura light –dijo–, como el cine light y el arte light, da la impresión cómoda al lector, y al espectador, de ser culto, revolucionario, moderno y de estar a la vanguardia con el mínimo esfuerzo intelectual. De este modo, esa cultura que se pretende avanzada y rupturista, en verdad propaga el conformismo a través de sus manifestaciones peores: la complacencia y la autosatisfacción”.

Se podrá discrepar con MVLL de ciertos enfoques políticos, de su activa militancia por la secularización de la sociedad y su postura antimilitarista, pero no podrá negarse que es un intelectual preocupado por su tiempo y más preocupado aun porque “en nuestros días, el intelectual se ha esfumado de los debates públicos, por lo menos de los que importan [...] Porque en la civilización del espectáculo el intelectual solo interesa si sigue el juego de moda y se vuelve un bufón”.

Hace mucho que Varguitas pudo recostarse en su zona de confort, no seguir nadando a contracorriente y dormirse sobre sus muchos laureles. Pero es justamente su inconformidad y convicción de que el mundo de las ficciones y de la realidad siempre podrán ser mejores, lo que ha llevado a que se le conceda un premio que por largas décadas le fue esquivo.

Recorrer el Perú de la mano de este perfeccionista de la palabra es una aventura fascinante. Vamos por la costa urbana, degradada de espacios asfixiantes y cerrados a los espacios abiertos de los Andes y la Amazonía, y en el centro siempre el ser humano con todos sus matices, contradicciones y sabiduría. En su libro “El Hablador” –ambientado en la selva– nos recuerda: “La relación del hombre y la naturaleza, por ejemplo. El hombre y el árbol, el hombre y el pájaro, el hombre y el río, el hombre y la tierra, el hombre y el cielo. El hombre y Dios, también. Esa armonía que existe entre ellos y esas cosas nosotros ni sabemos lo que es, pues la hemos roto para siempre”.

Elogio a un demócrata

VARGAS LLOSA: LIBERAL, NOVELISTA Y DEMÓCRATA
Por: Enrique Bernales Jurista
Sábado 9 de Octubre del 2010

El Perú es un país de escasos consensos. Conseguirlos requiere paciencia y espíritu racional. Nos son más afines las emociones, los apasionamientos, y las pullas que dejan de lado sanas confrontaciones ideológicas. Podría decirse que nos falta esa madurez que evita la agresividad social y la intolerancia. Sin embargo, también somos un país que se alegra en las grandes victorias internacionales que, pocas por ahora, son y sirven para mejorar la autoestima nacional.

Se preguntará el lector el porqué de este proemio. Su intención no es otra que la proposición de un ánimo colectivo bien dispuesto para celebrar como es debido el otorgamiento a Mario Vargas Llosa del Premio Nobel de Literatura de este año 2010. Su trayectoria personal y la excelencia de su obra literaria hace tiempo que lo hacían acreedor a este premio de tanta resonancia internacional. Presumo que esta vez ni los más mezquinos ni los más ácidos de sus detractores podrían dejar de reconocer el valor de este peruano universal, cuya trayectoria e inteligencia, así como su honradez intelectual y ética gozan de un amplio reconocimiento en todo el mundo.

Vargas Llosa ganó el Nobel por su exquisita literatura, pero merece además el reconocimiento de los peruanos y de la comunidad internacional por su compromiso con la libertad, la democracia y por esa síntesis magnífica entre su vida y su obra. En este reconocimiento nadie debe ser ausente; desde todas las doctrinas, ideologías y posiciones, el homenaje debiera ser el consenso para considerar a Vargas Llosa como un intelectual cabal y un forjador del pensamiento político moderno en el Perú de fines del siglo XX. Con su obra no solo creció la novela, el drama, la crítica o el ensayo, sino también el mundo de las ideas. El de este escritor es el de un liberalismo que bebe de la fuente racionalista que filosófica y políticamente dan origen a ese pensamiento y que en su caso se ha expresado como el discurso de la consecuencia. De allí su defensa de la democracia; su compromiso incansable e intransigente con las libertades, los derechos humanos y el respeto a la rica diversidad de pareceres.

Pero ese liberalismo con el que siempre se debe dialogar, no fue bien comprendido por la izquierda, especialmente la peruana. Debo mencionar, por elemental deber ético, el error trágico de la Izquierda Unida (de la que formé parte), cuando en el 90 prefirió a Fujimori antes que a un personaje intelectualmente honesto como Vargas Llosa. Uno de los costos de esa equivocada decisión, fue el que el país cayó en un abyecto régimen de prepotencia y corrupción. Pero la derrota electoral no amenguó el espíritu liberal del escritor ni su talante democrático ni su fe en el pensamiento y la ficción.

Vargas Llosa, lejano del poder y de sus meandros, nos siguió obsequiando su pluma: un ensayo sobre Víctor Hugo, una novela sobre Flora Tristán, la novela histórica sobre el más ‘farsesco’ tirano centroamericano (Trujillo), entre otras lumbres que enriquecieron su obra y que ya son patrimonio de la literatura universal. Honor a este escritor, que siendo universal, extiende la gloria al país que lo vio nacer: el peruano Vargas Llosa.

La noticia que dio la vuelta al mundo



MARIO VARGAS LLOSA
LA PRENSA DE TODO EL MUNDO DESTACÓ EL PREMIO OTORGADO AL ESCRITOR PERUANO. EN LA WEB Y EN LAS LIBRERÍAS SE HIZO EVIDENTE EL ENTUSIASMO DE LOS LECTORES

Sábado 9 de Octubre del 2010

Las portadas de los diarios peruanos tuvieron ayer un solo tema: el Premio Nobel de Literatura concedido el jueves a Mario Vargas Llosa. El rostro del escritor y los titulares celebratorios poblaron los quioscos de periódicos de Lima y de las ciudades del interior del país. En sus distintas coberturas, los medios de prensa destacaron el hecho como fuente de orgullo para el país y para Latinoamérica. Los diarios ofrecieron un recorrido por la obra literaria de Vargas Llosa y recogieron las reacciones de políticos, escritores y demás personalidades peruanas. Otro tema recurrente fue lo mucho que el premio se hizo esperar y cómo por fin se hizo justicia.

El panorama en la prensa del resto del mundo no fue muy distinto. Diarios de diversos países dieron la noticia y, en muchos casos, destacaron el hecho en sus portadas. Y no solo medios del ámbito hispano: diarios griegos, alemanes, polacos o suecos también hicieron eco del galardón otorgado a Vargas Llosa.

CADA UNO A SU MANERA

Además de resaltar el hecho, la prensa de distintos lugares abordó la noticia desde su perspectiva local. En Bolivia, por ejemplo, según dan cuenta las agencias de noticias, se mencionó que el galardonado aprendió a leer en el colegio La Salle de Cochabamba, y también que conoció en el país vecino a su primera esposa, Julia Urquidi (matrimonio del que surgió “La tía Julia y el escribidor” de Vargas Llosa y, luego “Lo que Varguitas no dijo” de la propia Urquidi). En contraste, los comentarios publicados por el diario cubano “Granma” resultan totalmente desatinados: “Nadie duda de sus aportes innovadores a la literatura universal desde las letras hispanoamericanas”, publicó en un pequeño recuadro de su página cultural, pero agregó: “Lo que ha construido con la escritura lo ha ido destruyendo con su catadura moral”.

UN SENTIMIENTO

Desde el anuncio, muy temprano en la mañana del jueves, hasta el final de la jornada, casi medio millón de internautas visitaron elcomercio.pe, la página web de este Diario, para seguir paso a paso la noticia del otorgamiento del Nobel de Literatura a nuestro más grande escritor.

Asimismo, muchos participaron en la votación en línea sobre el libro de Mario Vargas Llosa que prefieren.

LOS LECTORES
Efervescencia en las librerías

Si bien Vargas Llosa es de esos pocos escritores que ya disfrutaban del favor de los lectores de todo el mundo antes de recibir el nobel, el premio tendrá una importante repercusión en el interés que despierta su obra. Al respecto, Mercedes González, gerenta de ediciones generales de alfaguara, dice: “tendrá un efecto inmediato, y esperamos que duradero. Por experiencia puedo decir que cuando otros escritores a los que publicamos han ganado el nobel, el interés por sus libros se ha disparado, así como las ventas. Y estoy hablando de autores hasta entonces solo conocidos por una minoría, como Doris Lessing o Orhan Pamuk”.

Algo de eso se vio el jueves y el viernes en algunas librerías de Lima. Malena Sanseviero, de la librería el Virrey, dijo que “es evidente el crecimiento del interés por la obra de Vargas Llosa. Libros como ‘Fonchito’, o los libros de teatro que mucha gente no sabía que existían son los que más han salido, y claro, ‘La ciudad y los perros’. Hoy [ayer], por la mañana, un 40% del público pedía obras de Vargas Llosa. La gente está muy contenta, las personas se felicitan entre ellas”. En tanto, Rosa Paredes, de la librería Crisol, cuenta: “desde que se anunció el premio se han vendido muy bien sus libros. Los clásicos, sobre todo. El jueves vendimos 80 libros y hoy [ayer], hasta las dos de la tarde, 60 ejemplares solo en la tienda del Óvalo Gutiérrez”.



Su paso por la TV



El Comercio

Por: Fernando Vivas

Sábado 9 de Octubre del 2010

Cuando a Genaro Delgado Parker le daban la lata restregándole el supuesto flaco favor que la tele hacía a la cultura, él se defendía recordando que en 1981 invitó a Mario Vargas Llosa a tener un programa propio. En justicia, “La torre de Babel”, conducido por quien sería premio Nobel, es un gran punto a favor en el balance histórico de la televisión peruana y de su polémico pionero.

Vargas Llosa tuvo amplia libertad para elegir sus temas y suficientes recursos para viajar a encontrarlos. Decidió hacer programas que giraran en torno al mundo de un autor o de una cultura, entrevistando a plumas célebres y recorriendo documentalmente su entorno, anticipándose dos décadas a “El show de los libros” de Antonio Skármeta. Pidió a su primo Luis Llosa que lo dirigiera y reservó una secuencia para leer su columna Piedra de Toque, la misma que aún se lee quincenalmente en El Comercio.

Recuerdo las promociones: el escritor tecleaba afanosamente su máquina de escribir y de pronto se detenía para invitarnos a verlo. La primera edición se transmitió a las 10 p.m. del domingo 7 de junio de 1981 y tuvo una insólita invitada: Corín Tellado, lo opuesto a la modernidad y complejidad de sus colegas del ‘boom’. Pero supongo que MVLL quería precisamente usar la popularidad de la tele para conciliar amenamente con la autora más leída en español, a la que entrevistó en su casa de Gijón.

Paseó el barrio de Boca con Borges, Bahía con Jorge Amado, hizo especiales sobre Chile y sobre el folclor afroperuano de Chincha, hasta que en diciembre cerró su única temporada con un programa dedicado a Doris Gibson. Fue un encuentro del escritor cinéfilo con la pantalla chica, a la que no quería como a la grande y en la que no se había aventurado, a pesar de haber trabajado para los Delgado Parker dirigiendo “El Panamericano” radial, poco antes de su migración a la naciente TV.

Ahora es el hombre más buscado y la buena noticia más difundida por todos nuestros canales.

Aquella cosa llamada fidelidad



El cine y Mario Vargas Llosa
EL ESCRITOR PERUANO SIEMPRE HA SIDO FANÁTICO DELPTIMO ARTE. EL PARECIDO ENTRE SUS LIBROS Y LAS CINTAS QUE LOS ADAPTAN NUNCA HA SIDO UN TEMA PARA ÉL
Por: Rodrigo Bedoya Forno
Sábado 9 de Octubre del 2010

La relación entre Mario Vargas Llosa y el cine es la del escritor del cual se han adaptado algunas de sus novelas (“La ciudad y los perros”, “Pantaleón y las visitadoras”, “La tía Julia y el escribidor”, “La fiesta del Chivo”) y la del espectador que siempre ha confesado un amor inmenso por el cine.

Esta es quizá la faceta menos conocida del escritor: el Vargas Llosa espectador. En una entrevista que le hizo el crítico Ricardo Bedoya, Vargas Llosa habla de su afición por los westerns y por las películas policiales, a pesar de que afirma que nunca leería un western y que no es lector de novelas policiales. En la misma entrevista deja en claro cómo es su relación con el cine: “Si un libro es malo, generalmente no lo puedo leer.Si una película es mala, me puede entretener, me puede divertir y, siempre que no sea pretenciosa, me hace pasar un buen rato. Una mala novela me irrita, me exaspera, y de hecho no la termino nunca. Mi actitud hacia el cine es mucho menos severa, menos rigurosa; el cine me sirve sobre todo porque me limpia, me hace vivir una ensoñación”.

EL ESCRITOR INFIEL

Que las obras de Mario Vargas Llosa se adapten al cine es algo para celebrar. Y más aun teniendo en cuenta que las mejores adaptaciones del autor son cintas peruanas. Tanto “La ciudad y los perros” (1985, cuyo director reconoce como una de sus mejores películas) como “Pantaleón y las visitadoras” (1999) fueron llevadas al cine por Francisco Lombardi de forma lograda, sobre todo la primera.

Aunque, claro, los estilos de Lombardi y de Vargas Llosa no necesariamente son parecidos. Eso es notorio en “Pantaleón y las visitadoras”: una novela desopilante, con momentos de humor casi desenfrenados, fue transformada por el director en una historia mucho más dramática y seca, con los recordados desnudos de Angie Cepeda que calentaban una cinta en que el humor aparecía en dosis más pequeñas.

Lombardi, de esta manera, hizo suya la novela de Vargas Llosa. Este último lo consideró totalmente legítimo. En la entrevista con Bedoya, lo señala: “El cine es otro lenguaje y el cineasta debe tener la misma libertad que tiene el escritor cuando escribe. La fidelidad no es algo que me preocupe, pero sí espero que sea una buena película la que se hace”. El eterno (y algo absurdo) debate sobre la fidelidad entre el libro y la película quedó fácilmente sellado.

Otro cineasta peruano que adaptó una de sus novelas fue Luis Llosa, quien en el 2006 estrenó “La fiesta del Chivo”, coproducción entre República Dominicana, España e Inglaterra. La relación de Llosa con su tío Mario (ese es el lazo que los une) data, sin embargo, de mucho antes, cuando el cineasta realizó un cortometraje adaptado del cuento “Día domingo”, que aparece en “Los jefes”. Si entre Lombardi y Vargas Llosa la fidelidad quedó fuera de la discusión, lo que lastraba justamente la película de Llosa era su necesidad de transponer los fragmentos del libro al cine. Aunque un momento sobresalía notablemente: la violación que sufre la joven Urania (interpretada en la edad adulta por Isabella Rossellini) por parte del dictador Rafael Trujillo.

Hollywood se acercó una vez al trabajo del escritor: “Tune in Tomorrow” (1990) es una película que adapta “La tía Julia y el escribidor”. La acción pasa de Lima a la Nueva Orleans de la década del 50. Keanu Reeves, Barbara Hershey y Peter Falk estelarizaron una película en la que el mismo Vargas Llosa colaboró con el guion. El resultado: una cinta que no convenció a nadie.

México también tiene una adaptación. En los años 70 se hizo “Los cachorros”, dirigida por Jorge Fons (que después dirigiría algunas películas notables como “Rojo amanecer” y “El callejón de los milagros”), y protagonizada por José Alonso y Helena Rojo. El escritor ha señalado que no quedó conforme con el resultado.

Y, claro, no podemos dejar de señalar el paso de Vargas Llosa por la dirección, al adaptar “Pantaleón y las visitadoras” en 1975 junto con José María Gutiérrez Santos. El mismo escritor consideró catastrófica la experiencia.

Y el Internet Movie Data Base  consigna una adaptación soviética de “La ciudad y los perros”, llamada “Yaguar”, hecha en 1986 por el chileno Sebastián Alarcón. El lenguaje de nuestro Nobel llega hasta a las cinematografías menos pensadas.

Mario Vargas Llosa: libertario y demócrata*

La base del pensamiento de nuestro premio Nobel 2010
Sábado 16 de octubre de 2010 
Por: Francisco Miró Quesada Rada
Director
El Comercio


La participación del intelectual en la política puede revestir dos actitudes frente al poder o con mayor rigor frente a los que tienen poder. Hay intelectuales que tienen una actitud crítica, libre e independiente frente al poder, pero también existen aquellos que se someten. Mario Vargas Llosa pertenece al primer grupo y esto ha quedado demostrado a lo largo de su dilatada participación política. Nuestro escritor forma parte de los intelectuales que pugnan por una sociedad libre y justa.

Vargas Llosa siempre tuvo una participación, directa e indirecta en política peruana. Es un intelectual comprometido con su tiempo, pero su invalorable producción literaria predominará sobre la acción política. Escritor reconocido mundialmente que ha convertido la política en un instrumento auxiliar, o por decirlo en otros términos, está más inmerso en la obra literaria y el mundo de la cultura. Asume la política no como un medio al servicio de su literatura, sino como una responsabilidad moral frente a otros. La crítica de Vargas Llosa a las dictaduras se remonta al famoso caso Padilla, poeta cubano que en 1971 por criticar al régimen castrista fue confinado a prisión. Vargas Llosa fue un opositor de tal abuso y pidió a Fidel la libertad del poeta, pero no fue escuchado y fue maltratado de palabra por el líder cubano.

Vargas Llosa sabe mejor que nadie que el escritor para mantener su dignidad no solo requiere de libertad sino de un sistema sociopolítico y jurídico que reconozca y defienda la libertad plena del ser humano, y este sistema es el democrático que él ha defendido y defiende.

Cuando nos habla de la cultura de la libertad asume que el ideal de vivir libremente es una creencia y un valor, pero también una práctica. Y la única cultura que decidió hacer de la libertad su razón de ser es la cultura occidental.

Tiene claro que la victoria de la libertad sobre el totalitarismo ha sido arrasadora, pero dista mucho de estar plenamente asegurada. El colapso del totalitarismo socialista es, para Vargas Llosa, revolucionaria. La libertad económica es fundamental para asegurar la libertad política y el progreso. Es más, no puede haber libertad política ni progreso si no hay libertad económica.

Vargas Llosa, arremete contra los “nacionalismos económicos, que junto al nacionalismo cultural es una de las aberraciones más pertinaces de nuestra historia”. Y es que el nacionalismo ha contribuido al atraso de las naciones latinoamericanas. La integración de América Latina no funcionó porque estuvo entorpecida por el “espíritu nacionalista”, así nuestras fronteras serán más sólidas, abriéndolas de par en par, compitiendo en todo el mundo, lo que permitirá desarrollar creando empleo.

El mercado será uno de los principales factores para el alivio de la pobreza, igualmente la empresa privada y la iniciativa individual. Para lograr esta meta, Vargas Llosa recomienda rechazar en América Latina el colectivismo y la demagogia populista, pero para ello se tiene que diferenciar entre el capitalismo genuino y el rentista mercantil que ha predominado en América Latina. Sin embargo, según Vargas Llosa, negarle al Estado de derecho a intervenir como productor, no significa liberarlo de su responsabilidad esencial de árbitro y promotor de la vida económica. “Un estado liberal es inconcebible sin una política de asistencia para los inválidos, y enfermos, para las personas que a causa de la edad, la naturaleza o fatalidad no pueden mantenerse por sí solas y serían aplastadas si se les dejara a merced de las estrictas leyes del mercado”, ha dicho.

Junto al orden económico y político, señala que hay un orden cultural. En ese caso el Estado liberal tiene la obligación de tomar la iniciativa, invertir recursos y promover la acción y la participación de todos. “La función del Estado consiste en garantizar que la cultura sea diversa, abundante y abierta a todas las corrientes e influencias, porque solo así expuesta a los desafíos y a la competencia, se puede mantener un contacto con la experiencia y ayudar a la gente a vivir, a crear y a tener esperanzas”.*

(*) Versión editada de “El Compromiso de Vargas Llosa con la libertad y la democracia”, presentada en el 2001, durante la entrega del doctorado Honoris Causa al hoy Nobel de Literatura, en la Universidad de Pau, Francia.*

    domingo, 24 de octubre de 2010


    'La escritura es una venganza...un desquite de la vida'

    REPORTAJE: EL TRIUNFO DEL ESPAÑOL - EL PROTAGONISTA NOBEL VARGAS LLOSA

    Esta es la historia de dos décadas, las que van desde el fracaso de su carrera política en Perú al éxito del Premio Nobel. Es la historia de un hombre que se sintió 'abandonado' por su pueblo, al que dedicó el sacrificio de dejar la literatura. Es la historia de cómo un fracaso lo convirtió en otro hombre. La escritura fue su desquite de la vida. Su venganza. Y es la historia de cómo Mario Vargas Llosa y sus hijos desnudan desde su residencia en Nueva York sus sentimientos durante las 48 horas que siguieron a la conquista del máximo galardón de las letras mundiales.
    Por JUAN CRUZ 
    24 de octubre de 201
    El País de España

    "La vejez no me aterroriza. mientras trabajo, me siento invulnerable"
    "Escribir es mi paraíso. Te lleva a defenderte de cualquier adversidad"
    "No sé mi 'mail', jamás agarro un teléfono que suene, no sé usar los celulares"
    "No está en mi carácter el ajuste de cuentas. Pero me alegro del juicio justo"

    El día en que ganó el Nobel de Literatura alguien le llevó a Mario Vargas Llosa a Nueva York unos dulces de Arequipa (Perú), guargüeros.

    Estaba feliz, era un premio para el Nobel. Los guargüeros son como unos pestiños rellenos; tienen la apariencia de algunas pastas italianas, y saben a dulce de leche. En ese sabor está su infancia, Arequipa entera.

    En ese ambiente blanquecino del apartamento alquilado en uno de los edificios más altos de Columbus Circus (Nueva York), el autor de El pez en el agua parecía, en efecto, un pez en el agua. En el paraíso. Como en la infancia, mimado, agasajado. La infancia acabó cuando tenía 11 años y el padre (al que creía muerto) regresó a su vida. Muchos años después, esos dulces y el Nobel le llevan al paraíso que perdió cuando iba a atravesar la raya de la adolescencia. Ahora esos dulcecitos, que son como los que su abuela le hacía, le llevan a la ya tan lejana infancia.

    O no tan lejana. El Nobel, de 74 años, tiene aquellos años incrustados en la memoria como el tiempo en que se hizo a casi todo. Ahí descubrió el amor absorbente por la madre, asimiló que no tenía padre, que este estaba en el cielo o que nunca existió, y descubrió la literatura en los libros que circulaban por la casa grande de la familia enorme con la que se crió.

    En ese libro, El pez en el agua, se cuenta esa historia, sin la cual es improbable que alguien tenga una idea cabal de quién es de veras este hombre al que muchos aman y otros crucifican. Los que lo crucifican creen que es un reaccionario que cambió de rumbo y traicionó sus ideas izquierdistas de los años sesenta en que toda revolución tenía su asiento; los que le siguen amando o bien ya lo amaban en los sesenta y entendieron su evolución, o bien simplemente le han leído y saben que sobre esta literatura ahora avalada por el Nobel no valen los tópicos amasados con las ideologías.


    Los suecos de la Academia, que parecía que nunca iban a aceptar que Vargas Llosa es uno de los grandes escritores del mundo, finalmente le concedieron el Nobel y además fueron muy explícitos sobre las razones del merecimiento: porque ha sido capaz de contar la cartografía (eso dijeron, cartografía) del poder para mostrar sus miserias y también para expresar la lucha, la revuelta, del hombre por la libertad.

    A Vargas Llosa le divirtió mucho la palabra cartografía, pero le emocionó verdaderamente el resto de los argumentos. Comentó, ante un grupo de amigos a los que reunió en un bullicioso restaurante italiano de Nueva York: "¡Qué dirán mis críticos!". Enmudecerán. "¡Qué va! Quien está mudo soy yo".

    No está mudo, claro que no; se despertó de aquellos catorce minutos de incertidumbre. Creyó que era una broma, como la que le gastaron hace años a Alberto Moravia, pero catorce minutos después le llegó la confirmación: era Premio Nobel de Literatura de 2010. Su hija Morgana, de 36 años, fotógrafa, lo vivió llorando en Lima, con sus dos hijas y con su esposo, Stefan; su hijo Gonzalo, de 43 años, diplomático, funcionario internacional destinado ahora por ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) en Santo Domingo, lo vivió viajando a Haití, y Álvaro, el periodista, de 44 años, escuchó la noticia "estupefacto, paralizado, y luego feliz" en la casa de Washington donde vive con su mujer, Susana, y sus tres hijos.

    Las hijas de Gonzalo están en Suiza, en un internado. Todos los nietos ("tienes que añadir ahí a Jurema, mi perra", dice Álvaro, "que es como otro nieto"; desde Lima, salta Morgana: "¿Y por qué te olvidas de mi pobre D'Artagnan, que está tan viejito?") han vivido de manera peculiar esta noticia, que ha revolucionado la vida familiar de esta gente que come guargüeros allá donde se encuentren. La de los Vargas, gracias sobre todo a la capacidad aglutinadora de Patricia Vargas Llosa, la esposa que también fue (o es) prima, es una familia muy sólida, que celebra en unión los veranos y las navidades, que busca cualquier motivo para juntarse y que se apoya también en los tiempos difíciles. Patricia es la brújula de esta navegación familiar, y en tiempos de incertidumbre (cuando Álvaro y Mario riñeron por cuestiones políticas relacionadas con Perú) ella fue la que condujo el conflicto por las vías que permitían un civilizado, y emocionado, reencuentro. Este tuvo lugar en Miami, cuando a Álvaro le dieron un premio, meses después del desencuentro; el padre, la madre y otros miembros de la familia quisieron acompañar a Álvaro, y ahora este dice: "Fui el culpable", con la misma emoción con que vivió la reconciliación.

    Así que aquí, en esta familia, todo se vive como un espectáculo tranquilo, pero bullicioso y coral. Y el Nobel iba a ser un terremoto que a todos les afectó de un modo distinto, pero que conmovió por igual a todos. Hablábamos de los nietos. Gonzalo cuenta que, cuando se supo que el abuelo había ganado el principal premio de las letras mundiales, su hija Ariadna, que tiene diez años, le expresó por teléfono su preocupación infantil. Como él, que tenía peores notas que Álvaro en la escuela, Ariadna no obtiene los mejores resultados, y el premio del abuelo la tenía inquieta. Le dijo al padre: "O sea que, como al abuelo le han dado ese premio, a lo mejor ahora los maestros me piden que saque mejores notas".


    A Leandro, el hijo mayor de Álvaro, que tiene ahora 14 años, le preguntaron en la escuela si su abuelo era alguien especial. Y se escondió detrás del flequillo como quien quiere huir de un alud. "No, no es nadie especial", farfulló. Tímida como ese sobrino suyo, Morgana, que ha sido compañera nuestra en EL PAÍS, y que ha acompañado a su padre en algunas de las aventuras más arriesgadas (Irak, Israel, Palestina) o placenteras (los escenarios de El paraíso en la otra esquina) tuvo que superar su retraimiento público cuando sonó la noticia y ella era la única representante familiar que podía hacer declaraciones en Lima.

    Para curarse de su timidez, la hija más chica de los Vargas se tuvo que tomar tres copas de champán, y sin palabras todavía hizo que todos los periodistas que se agolpaban ante la vivienda familiar limeña pasaran a brindar y a conversar en esa casa de paredes blancas desde la que se ve el mar violento de la costa que acaricia Barranco. La fiesta adquirió tal carácter que la abuela Olga, madre de Patricia, tía de Mario, de 93 años, abandonó su postración y su desgana ante el mundo, se vistió de nuevo, se puso un pañuelo vistoso en su cuello de persona mayor y empezó a hacer declaraciones ante todas las cámaras de todos los noticiarios.

    Se animó tanto con la noticia y con la aglomeración que no solo lloró cada vez que se acordaba del éxito de su yerno el Nobel sino que se atrevió a decir que sí, que ella, como Carmen Balcells (su agente literaria), como Fernando de Szyslo, el artista, quizá el más antiguo amigo de Mario, como tantos otros que han estado siempre cerca, iría también a Estocolmo. Cómo no.

    Le preguntó un periodista a doña Olga, a la que también llaman Olguita:
    -¿Y ya tiene usted traje?
    -Tenía. Pero hemos esperado tanto tiempo que ya está apolillado y tendré que comprarme otro.

    Han pasado veinte años." Es curioso", decía Álvaro, y también lo decía el propio interesado, Mario Vargas Llosa, "mucha gente está de acuerdo en decir que han pasado veinte años desde que mi padre merecía tener el Nobel. Veinte años". Quizá, concedió el hijo mayor, fue porque entonces Mario tuvo su gran derrota política, y a partir de entonces ya fue solo un escritor. Su obra hasta entonces, sin duda, merecía ya el galardón, comentamos nosotros. "Sí, pero si hubiera salido presidente", añadió Álvaro Vargas Llosa, "mi padre jamás hubiera obtenido el Nobel".

    O sea que es cierto que le vino Dios a ver cuando se produjo esa derrota. Sí, esa es la opinión de Morgana. Y es la opinión de toda la familia, que por otra parte estuvo implicadísima en esa campaña electoral que tanto placer como dolor produjo en los Vargas, e incluso en Mario, que a veces parece inmune a la naturaleza de los desastres.


    Pero esa vez, cuando perdió las elecciones ante un candidato, Alberto Fujimori, que luego subvirtió el orden democrático, ensangrentó el país, robó, etcétera, Vargas Llosa cayó presa de un decaimiento del que fuimos testigos. Llegó a París, poco después del fracaso; había adelgazado cerca de veinte kilos, su delgadez era la delgadez de los derrotados. Su hijo Álvaro, que hizo la campaña muy estrechamente ligado a él, recuerda ese momento como un instante de estupor. Vargas Llosa, el ahora Nobel, podía irse a un lado o al otro de la balanza; su equilibrio, sin embargo, le ayudó a superar el primer lunar verdaderamente serio de su trayectoria.

    Lo del padre (que le metiera en un colegio militar, que considerara "mariconerías" su pasión por la escritura, su carácter dictatorial) ya estaba deglutido en la memoria. Pero esto era nuevo; perder así, recuerda Álvaro, fue una tragedia.

    Como siempre, como ante el desdén del padre, que era un desdén del destino, a Mario Vargas Llosa, dice su hijo, "lo salvó la literatura". En campaña leía "a Quevedo y a Góngora, cada mañana", y así salía a dar mítines, "a prometer un Perú mejor para los ciudadanos". Cuando perdió, "se consideró traicionado por un pueblo al que dedicó el sacrificio de dejar la literatura", y ese desengaño lo maltrató. Hasta que se levantó otra vez, dice Álvaro. "Creo que la escritura de ese libro, El pez en el agua, lo salvó. Él solía guardar sus experiencias algún tiempo, como en La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral o La casa verde; las deglutía, y luego están presentes ahí, muchos de los viajes y de las experiencias de sus historias son sus propios viajes o experiencias".

    Pero esta vez, concede Álvaro, "mi padre decidió tirar por el camino del medio y escribir esas memorias, una parte la memoria política, otra parte la memoria de la infancia. Dos historias, dos momentos de gran felicidad y luego de gran fracaso. Se atrevió". Salió hecho "otro hombre". El padre dice lo mismo. Sentado en uno de sus restaurantes favoritos de Nueva York, donde no hay guargüeros pero hay hamburguesas, Mario Vargas Llosa recuerda esa frustración que, veinte años después, ya no ensombrece su rostro, ahora el rostro feliz de un Nobel reciente.

    "Trabajé mucho", dice Mario, "por un proyecto que creía bueno. Y la derrota fue una gran decepción". Pero volvió a lo suyo, "a lo que me estimula más". Escribió El pez en el agua: "Porque quería quitarme la experiencia de encima". "Un escritor tiene la ventaja de que puede convertir un fracaso en materia literaria, y eso lo alivia. La escritura es una venganza, un desquite de la vida".

    Volvió, pues, "a la rutina habitual", y ya agarró un ritmo imparable. En estos veinte años, los que van del fracaso al éxito (los dos impostores de los que hablaba Rudyard Kipling, Nobel también, en su poema If), ha escrito novelas alegres, novelas tristes, ha hecho ensayos literarios y políticos, ha hecho periodismo, viajes, ha dado conferencias, se ha metido en líos monumentales (como cuando enfadó a Octavio Paz, su amigo, llamando al México del PRI una dictadura perfecta), ha arrostrado el lugar común de su conservadurismo (que repiten sobre todo los que, como en la famosa anécdota, han hecho con sus libros lo que Sofía Mazagatos: no los leen pero los juzgan), y, en definitiva, ha vivido los altibajos de cualquier existencia "con el entusiasmo y la alegría del que sabe que la vida merece ser vivida".

    Para hacer todo eso ha sido preciso "mantenerse en forma, cuidarse, viajar, a Palestina, a Irak, a Afganistán, ha sido preciso ir al Congo, al Amazonas, al Pacífico en busca de Gauguin. La verdad es que no he parado. Y no pienso parar", dice Mario Vargas Llosa, "mientras tenga ilusión y curiosidad y me funcione la cabeza, que de momento creo que me sigue funcionando. La vejez no me aterroriza mientras pueda seguir desplazándome. Me acerco a la muerte sin pensar en ella, sin temerla. Mientras trabajo me siento invulnerable".

    Ha cambiado. Mucho. Morgana nunca hubiera creído que aquel obseso por el trabajo sería un día tan buen cuidador de sus nietos, con los que juega y por los que se desvive hasta el límite de las payasadas que contentan a los muchachos. Es ahora más alegre, cree Álvaro, y Gonzalo piensa que algo que siempre ha tenido en cuenta, en su relación con los hijos, y ahora con los hijos de los hijos, "es la experiencia con su padre; jamás ha querido ser el hombre autoritario que él mismo tuvo encima en su adolescencia". Esa experiencia, que el propio Mario confiesa dolorosa, "fue una influencia estimulante para que mi padre nos tratara con enorme tacto", según Álvaro.


    Gonzalo recuerda algunos episodios que pueden ilustrar la evolución de esa relación paterno filial. Cuando este joven servidor de la ONU para ayudar a los refugiados era un chiquillo de 16 años resolvió hacerse rastafari; se dejó los pelos hasta los hombros, se dedicó a fumar marihuana y a escuchar reggae, y durante dos años desoyó insistentemente los avisos de su padre para que abandonara esa deriva. Gonzalo era un rebelde; ahora él recuerda que su padre tenía sobre él dos miradas: la del padre y la del escritor: "Y eso convertía su actitud hacia conmigo en una actitud algo cómplice". Hasta que escribió su célebre artículo Mi hijo el rastafari en el que aventó al mundo, con humor y con condescendencia, lo que, además de un drama familiar, dice Gonzalo: "Era también un asunto para su periodismo y para su literatura". Gonzalo ve ahora ese episodio casi como lo vio su padre: "Pero entonces yo sentía la necesidad de rebelarme, como mi padre hizo muchas veces con su propio padre, y yo creo que por eso él entonces me entendió".

    Y cuenta algo más Gonzalo que revela esa relación que la vida ha endulzado hasta extremos que el propio Mario confiesa divertido: de aquel padre que los metía a leer obligatoriamente a la salida de la escuela, "cuando todos nuestros amigos jugaban al fútbol", hemos pasado a un padre y a un abuelo que se viste de Papá Noel y es capaz de cargar a los niños para que estos hagan lo que quieran con él. Pero aquella dictadura leve del padre que los hacía leer obligatoriamente "nos dejó una disciplina". "Yo mismo", dice Gonzalo, "vuelvo a esa experiencia de leer todos los días como una de las influencias más valiosas en mi relación con él".

    Han cambiado los tiempos; aquel 1990 de la derrota dejó paso a este otro momento de la vida. Pero algo de rencor, algún ajuste de cuentas quedará en los resquicios, le pregunté en ese restaurante típicamente norteamericano donde se comía una hamburguesa típica, a mediodía. ¿No siente como la expresión de una venganza propia el hecho de que Fujimori esté en la cárcel?

    No, qué va. "Fujimori no me derrotó, fue una mayoría de los electores peruanos. Yo nunca le ataqué mientras mantuvo la democracia, pero, obviamente, él rompió las reglas del sistema gracias al cual había llegado al poder, y por los delitos que cometió cumple ahora pena. Pero jamás tuve la tentación de desearle un final así. Ni está en mi carácter el ajuste de cuentas. Pero me alegro mucho del juicio justo".

    En este tiempo, en estos veinte años que cruzan la vida desde el fracaso al triunfo, ha escrito novelas en las que el sexo se alterna con la aventura, y otras, como La fiesta del Chivo o esta última, El sueño del celta, en las que se aventura por los caminos de la maldad, y aunque él interviene ahí como el contador, el narrador que explora el camino para presentar la historia como si usara un espejo, sí es evidente que quiere trasladar el compromiso moral que hay detrás de toda su obra de esta naturaleza. "La descripción de la maldad", dice, "obliga a una toma de conciencia moral. Si no detenemos a tiempo la capacidad de destrucción del ser humano, el resultado es el horror; ha ocurrido en el pasado, y ahora la democracia frena ese horror. Es un tema obsesivo para mí en los últimos años. Y es un tema recurrente; está en Congo, en esta última novela, está en la Amazonía, en La guerra del fin del mundo, está en la locura terrorista en Lituma, y está, sin duda, en esas dos novelas que dices. Pero también está en mi periodismo; mira lo que he hecho en Irak, en Palestina, en Afganistán".

    El infierno en cada esquina. ¿Y el paraíso? ¿Ha reencontrado Mario el paraíso? El autor de El paraíso en la otra esquina, la novela en la que Gauguin se revuelve como una pesadilla a veces gozosa, es consciente de que aquel paraíso en el que era mimado, querido, consentido por toda la familia, "hasta que llegó el padre", no volverá jamás. "No está ese paraíso en la vida real". Pero haberlo perdido "tampoco debió ser una tragedia". "Gracias a eso", continúa, "gracias a que mi padre me metió en un colegio militar, gracias a que me impidió a veces con saña ser un escritor, tuve una experiencia que me dio la oportunidad de escribir con un gran material literario. Si eso no hubiera ocurrido, probablemente yo no hubiera sido un escritor. Y sí, escribir es un placer, te permite salir de cualquier circunstancia terrible, te lleva a defenderte de cualquier adversidad. En ese sentido escribir es mi paraíso".

    Y el paraíso es la familia. Le pregunté a Morgana Vargas Llosa qué significado tiene en el padre la figura de Patricia, la madre. "Es la compañera inseparable sin la cual mi padre no sería nada". Dice Morgana que su padre no sabe el número de teléfono de la casa, no sabe ni siquiera su dirección, es incapaz de cambiar una bombilla, desconoce por completo cómo se pone en marcha una lavadora y jamás ha frito un huevo. Pero esta mañana, le digo, su padre me ha explicado, en contra de la opinión de su madre, que el apartamento en el que viven ahora en Nueva York lo paga él y no la universidad. Un detalle de que está atento, ¿no, Morgana? "Qué va. Fíate de mi madre. En eso también ella tendrá razón".

    Poco después cacé al vuelo lo que Mario le decía a unos periodistas franceses: "No me sé mi mail, jamás agarro un teléfono que esté sonando, no sé usar los teléfonos celulares. Y solo me acuerdo del primer número que tuvimos cuando nos casamos, hace 45 años. El 46 40 60".

    Cómo no introducir en esta retahíla de visiones familiares del Nobel Vargas a Carmen Balcells, la mamá grande de varias generaciones de autores, y muy especialmente la mamá grande de Mario. Una vez Carmen Balcells lo levantó de la silla de sus trabajos forzados en Londres y lo puso a escribir. Lo sentó, por así decirlo, en el paraíso. Ese paraíso tuvo una interrupción que pudo haber sido eterna, cuando la política lo sedujo demasiado. De ese fracaso se levantó hecho otro hombre. Los hijos piensan que ese trozo de paraíso en el que ahora habita con el trofeo del Nobel de Literatura no hubiera sido posible si Patricia no hubiera estado ahí, haciendo que los sueños del escritor se convirtieran en la letra insistente que ahora le premian en Suecia.

    El sábado posterior a la concesión del Nobel, Vargas le dijo a su agente, Carmen Balcells, en la radio peruana: "¡Cómo pudiste seducir a los veinte jurados de la Academia Sueca!". Con el mismo humor, la mamá grande de los autores del boom (García Márquez, Donoso, Carlos Fuentes, Vargas Llosa, Cortázar) exclamó: "¡Tengo mis recursos!".

    Los dos saben que no es cierto. La llave de este paraíso la tiene el genio, que Carmen supo vislumbrar y que Patricia ha cuidado como se cuida un hijo, un nieto, un marido o un sueño. Como cuidaba la abuela la receta de los guargüeros, el inolvidable sabor del paraíso.



    sábado, 23 de octubre de 2010


    Torear y otras maldades


    Extraido del diario ABC de España

    El intento de prohibir las corridas de toros en Cataluña ha repercutido en medio mundo y, a mí, me ha tenido polemizando en las últimas semanas en tres países en defensa de la fiesta ante enfurecidos

    Actualizado 13/05/2010 

    El intento de prohibir las corridas de toros en Cataluña ha repercutido en medio mundo y, a mí, me ha tenido polemizando en las últimas semanas en tres países en defensa de la fiesta ante enfurecidos detractores de la tauromaquia. La discusión más encendida tuvo lugar en la noche de Santo Domingo -una de esas noches estrelladas, de suave brisa, que desagravian al viajero de la canícula del día-, en el corazón de la Ciudad Colonial, en la terraza de un restaurante desde la que no se veía el vecino mar, pero sí se lo oía.

    Alguien tocó el tema y la señora que presidía la mesa y que, hasta entonces, parecía un modelo de gentileza, inteligencia y cultura, se transformó. Temblando de indignación, comenzó a despotricar contra quienes gozan en ese indecible espectáculo de puro salvajismo, la tortura y agonía de un pobre animal, supervivencia de atrocidades como las que enardecían a las multitudes en los circos romanos y las plazas medievales donde se quemaba a los herejes. Cuando yo le aseguré que la delicada langosta de la que ella estaba dando cuenta en esos mismos momentos y con evidente fruición había sido víctima, antes de llegar a su plato y a sus papilas gustativas, de un tratamiento infinitamente más cruel que un toro de lidia en una plaza y sin tener la más mínima posibilidad de desquitarse clavándole un picotazo al perverso cocinero, creí que la dama me iba a abofetear. Pero la buena crianza prevaleció sobre su ira y me pidió pruebas y explicaciones.

    Escuchó, con una sonrisita aniquiladora flotándole por los labios, que las langostas en particular, y los crustáceos en general, son zambullidos vivos en el agua hirviente, donde se van abrasando a fuego lento porque, al parecer, padeciendo este suplicio su carne se vuelve más sabrosa gracias al miedo y el dolor que experimentan. Y, sin darle tiempo a replicar, añadí que probablemente el cangrejo, que otro de los comensales de nuestra mesa degustaba feliz, había sido primero mutilado de una de sus pinzas y devuelto al mar para que la sobrante le creciera elefantiásicamente y de este modo aplacara mejor el apetito de los aficionados a semejante manjar. Jugándome la vida -porque los ojos de la dama en cuestión a estas alturas delataban intenciones homicidas- añadí unos cuantos ejemplos más de los indescriptibles suplicios a que son sometidos infinidad de animales terrestres, aéreos, fluviales y marítimos para satisfacer las fantasías golosas, indumentarias o frívolas de los seres humanos. Y rematé preguntándole si ella, consecuente con sus principios, estaría dispuesta a votar a favor de una ley que prohibiera para siempre la caza, la pesca y toda forma de utilización del reino animal que implicara sufrimiento. Es decir, a bregar por una humanidad vegetariana, frutariana y clorofílica.

    Su previsible respuesta fue que una cosa era matar animales para comérselos y así poder sustentarse y vivir, un derecho natural y divino, y otra muy distinta matarlos por puro sadismo. Inquirí si por casualidad había visto una corrida de toros en su vida. Por supuesto que no y que tampoco las vería jamás aunque le pagaran una fortuna por hacerlo. Le dije que le creía y que estaba seguro que ni yo ni aficionado alguno a la fiesta de los toros obligaría jamás ni a ella ni a nadie a ir a una corrida. Y que lo único que nosotros pedíamos era una forma de reciprocidad: que nos dejaran a nosotros decidir si queríamos ir a los toros o no, en ejercicio de la misma libertad que ella ponía en práctica comiéndose langostas asadas vivas o cangrejos mutilados o vistiendo abrigos de chinchilla o zapatos de cocodrilo o collares de alas de mariposa. Que, para quien goza con una extraordinaria faena, los toros representan una forma de alimento espiritual y emotivo tan intenso y enriquecedor como un concierto de Beethoven, una comedia de Shakespeare o un poema de Vallejo. Que, para saber que esto era cierto, no era indispensable asistir a una corrida. Bastaba con leer los poemas y los textos que los toros y los toreros habían inspirado a grandes poetas, como Lorca y Alberti, y ver los cuadros en que pintores como Goya o Picasso habían inmortalizado el arte del toreo, para advertir que para muchas, muchísimas personas, la fiesta de los toros es algo más complejo y sutil que un deporte, un espectáculo que tiene algo de danza y de pintura, de teatro y poesía, en el que la valentía, la destreza, la intuición, la gracia, la elegancia y la cercanía de la muerte se combinan para representar la condición humana.

    Nadie puede negar que la corrida de toros sea una fiesta cruel. Pero no lo es menos que otras infinitas actividades y acciones humanas para con los animales, y es una gran hipocresía concentrarse en aquella y olvidarse o empeñarse en no ver a estas últimas. Quienes quieren prohibir la tauromaquia, en muchos casos, y es ahora el de Cataluña, suelen hacerlo por razones que tienen que ver más con la ideología y la política que con el amor a los animales. Si amaran de veras al toro bravo, al toro de lidia, no pretenderían prohibir los toros, pues la prohibición de la fiesta significaría, pura y simplemente, su desaparición. El toro de lidia existe gracias a la fiesta y sin ella se extinguiría. El toro bravo está constitutivamente formado para embestir y matar y quienes se enfrentan a él en una plaza no sólo lo saben, muchas veces lo experimentan en carne propia.

    Por otra parte, el toro de lidia, probablemente, entre la miríada de animales que pueblan el planeta, es hasta el momento de entrar en la plaza, el animal más cuidado y mejor tratado de la creación, como han comprobado todos quienes se han tomado el trabajo de visitar un campo de crianza de toros bravos.

    Pero todas estas razones valen poco, o no valen nada, ante quienes, de entrada, proclaman su rechazo y condena de una fiesta donde corre la sangre y está presente la muerte. Es su derecho, por supuesto. Y lo es, también, el de hacer todas las campañas habidas y por haber para convencer a la gente de que desista de asistir a las corridas de modo que éstas, por ausentismo, vayan languideciendo hasta desaparecer. Podría ocurrir. Yo creo que sería una gran pérdida para el arte, la tradición y la cultura en la que nací, pero, si ocurre de esta manera -la manera más democrática, la de la libre elección de los ciudadanos que votan en contra de la fiesta dejando de ir a las corridas- habría que aceptarlo.

    Lo que no es tolerable es la prohibición, algo que me parece tan abusivo y tan hipócrita como sería prohibir comer langostas o camarones con el argumento de que no se debe hacer sufrir a los crustáceos (pero sí a los cerdos, a los gansos y a los pavos). La restricción de la libertad que ello implica, la imposición autoritaria en el dominio del gusto y la afición, es algo que socava un fundamento esencial de la vida democrática: el de la libre elección.

    La fiesta de los toros no es un quehacer excéntrico y extravagante, marginal al grueso de la sociedad, practicado por minorías ínfimas. En países como España, México, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y el sur de Francia, es una antigua tradición profundamente arraigada en la cultura, una seña de identidad que ha marcado de manera indeleble el arte, la literatura, las costumbres, el folclore, y no puede ser desarraigada de manera prepotente y demagógica, por razones políticas de corto horizonte, sin lesionar profundamente los alcances de la libertad, principio rector de la cultura democrática.

    Prohibir las corridas, además de un agravio a la libertad, es también jugar a las mentiras, negarse a ver a cara descubierta aquella verdad que es inseparable de la condición humana: que la muerte ronda a la vida y termina siempre por derrotarla. Que, en nuestra condición, ambas están siempre enfrascadas en una lucha permanente y que la crueldad -lo que los creyentes llaman el pecado o el mal- forma parte de ella, pero que, aun así, la vida es y puede ser hermosa, creativa, intensa y trascendente. Prohibir los toros no disminuirá en lo más mínimo esta verdad y, además de destruir una de las más audaces y vistosas manifestaciones de la creatividad humana, reorientará la violencia empozada en nuestra condición hacia formas más crudas y vulgares, y acaso nuestro prójimo. En efecto, ¿para qué encarnizarse contra los toros si es mucho más excitante hacerlo con los bípedos de carne y hueso que, además, chillan cuando sufren y no suelen tener cuernos?

    (Artículo del escritor Mario Vargas Llosa publicado el pasado 18 de abril del presente año, en el diario EL PAÍS)

    «Cervantes no exageró al decir que el “Tirant” era la mejor novela»

    ABC de España

    Mario Vargas Llosa recibirá hoy en Sevilla el premio periodístico taurino Manuel Ramírez, que concede ABC

    Día 17 de junio de 2010 

    De ella aprendió que una gran novela debe construir un universo complejo, diverso y rico, pero que «nunca sea una fotografía del mundo tal y como es, sino una en la que la personalidad del autor ha introducido cambios». La devoción de Vargas Llosa por esta obra del siglo XV no hizo sino crecer con el paso de los años, convirtiéndolo en un denodado defensor y estudioso de la misma. Así se explica la presencia del autor de «La guerra del fin del mundo» en el acto celebrado ayer en el monasterio de San Miguel de los Reyes de Valencia para presentar el portal digital sobre el autor medieval puesto en marcha la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantesy la Valenciana.

    El escritor peruano recibe a ABC momentos antes de que el poeta Carlos Marzal introduzca su conferencia magistral. Horas después, interrumpía educadamente el almuerzo que compartía con los organizadores del evento para retirarse a animar a la Selección Española en su frustrado estreno en el Mundial de Fútbol.

    —¿Exageraba Cervantes al afirmar por boca de Don Quijote que el «Tirant» es el mejor libro del mundo?
    —No exageraba demasiado, porque es una de las novelas más entretenidas que se han escrito. Ha sido uno de los libros que más me ha hecho gozar y más cosas me ha enseñado sobre mi propia vocación. Lo he leído varias veces y cada vez he descubierto en ella más complejidad, ambición y destreza narrativa. Es extraordinariamente ambiciosa, costumbrista, romántica, erotica, militar, de humor... es muchas cosas a la vez, con lo que sienta una de las bases de la novela europea, la novela total.

    —Suele afirmar que la huella del «Tirant» se puede rastrear en su propia producción literaria.
    —Me enseñó características que yo quería para mí como novelista. Aunque sea de forma intuitiva, Martorell denota en ella un rico conocimiento de la técnica novelesca, de la necesidad de reconstruir el mundo con palabras, lo que implica introducir métodos y sistemas para que ese mundo sea creíble y llegue al lector no sólo a través de su razón, sino también de sus instintos y emociones. Además, la personalidad del autor ha dejado en ella una marca muy fuerte.

    —¿Qué sabemos de la vida y el carácter de Joanot Martorell?
    —Muy poco, pero sí que dedicó gran parte de su vida a desafiar a otros. No sabemos si alguna de esas bravatas se tradujo en combates, pero está claro que sentía pasión por toda esa literatura que generaba el duelo en la Edad Media. Estaba fascinado por los ritos, por la vida como teatro. Todo esto trasladado a la novela resultaría aburrido si no fuera por el humor y la ironía que le da vitalidad a todo ese mundo tan formalista del «Tirant lo Blanc», y que por otra parte es un signo de notable modernidad.

    —¿Convendría que fuera de lectura obligada, como «Don Quijote»?
    —Hay que leerla porque es una novela enormemente divertida. Es verdad que su lectura entraña cierta dificultad intelectual porque está escrita en la lengua del siglo XV, pero una persona medianamente culta puede leerla y la recompensa que recibe es enorme. Además, se aprende mucho sobre la novela, sobre la época, sobre la personalidad y la psicología humana (que se revela a través de los sueños del protagonista y es una de las cosas más originales del libro). Estimula nuestra sensibilidad, nuestra imaginación y nuestros apetitos y deseos.

    —Ante la celebración del Día del Español este sábado, aflora de nuevo la preocupación por el modo en que puede afectar a la lengua la eclosión de las nuevas tecnologías.
    —No hay que verlas con hostilidad o temor, simplemente hay que utilizarlas en la buena dirección e impedir que la frivolidad destruya lo que nuestra lengua ha ganado a lo largo de lo siglos. Las nuevas tecnologías audiovisuales pueden ser un instrumento extraordinario para propagar y enriquecer el idioma. Depende enteramente de nosotros que sirvan para banalizar, superficializar y encanallar la cultura o al contrario, para extenderla y sutilizarla. Depende de la promoción y la política cultural y educativa que se lleve a cabo.

    —¿En qué sentido hablamos del valor económico del español?
    —La comunidad de hispanohablantes está formada por cientos de millones de personas, y eso tiene un claro valor económico, porque puede constituir mercados, establecer industrias y ayudar a establecer colaboraciones comerciales, financieras e industriales entre los países de habla hispana que beneficie a todos por igual. Hay un valor económico de los lenguajes que hay que aprovechar, y que en el caso del español encima es transatlántico.

    jueves, 21 de octubre de 2010


    Vargas Llosa: "México es la dictadura perfecta"



    Españoles, y latinoamericanos intervienen en la polémica sobre el compromiso y la libertad
    EL PAÍS - México / Madrid 
    01 de septiembre de 1990
    Mario Vargas Llosa, el escritor peruano metido a político, vino a México y le tomó la palabra a Octavio Paz y al resto de los organizadores del encuentro de intelectuales europeos y americanos: Con total libertad habló largo y tendido sobre el gubernamental Partido Revolucionario Institucional (PRI) y su permanencia en el poder, como otro ejemplo de las dictaduras latinoamericanas. En cierto momento consideró a México "una dictadura perfecta". Diversos intelectuales latinoamericanos y españoles respondieron ayer a las acusaciones de Paz contra Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes.

    Durante la mañana del jueves, en una conferencia de prensa, un Vargas Llosa de fino traje cruzado y delicados modales se abstuvo de emitir juicios sobre el sistema político mexicano. Dijo que era por respeto al país que lo tenía de huésped. Por la noche, sin embargo, en el estudio de televisión donde se desarrolla el debate El siglo XX: la experiencia de la libertad, conocedor de que estaba en el aire en una estación de televisión por cable del consorcio Televisa, Vargas Llosa habló de política mexicana, cosa que de seguro sorprendió a Paz, puesto que la idea del evento era hablar de la Europa del Este."Espero no parecer demasiado inelegante por decir lo que voy a decir", comenzó. "Yo no creo que se pueda exonerar a México de esa tradición de dictaduras latinoamericanas. Creo que el caso de México, cuya democratización actual soy el primero en aplaudir, como todos los que creemos en la democracia, encaja en esa tradición con un matiz que es más bien el de un agravante".

    "México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México", dijo un Vargas Llosa que a estas alturas ya parecía de nuevo el político intenso de hace unos meses. México, siguió, "es la dictadura carnuflada". "Tiene las características de la dictadura: la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido. Y de un partido que es inarnovible".

    Paz escuchaba serio, sentado atrás en el estudio de televisión y con una expresión de molestia. No podía intervenir, puesto que era su discípulo Enrique Krauze, quien dirigía el debate. Vargas Llosa se olvidó de sus anfitriones mexicanos. "Yo no creo", refiriéndose al PRI, "que haya en América Latina ningún caso de sistema de dictadura que haya reclutado tan eficientemente al medio intelectual, sobornándole de una manera muy sutil".

    Detalló los trabajos, nombrarnientos de cargos públicos y espacios para la crítica que el régimen priísta acostumbra a conceder. Es más, dijo, "es una dictadura sui géneris, que muchos otros en América Latina han tratado de emular". Recordó a los militares peruanos con Velasco Alvarado a la cabeza, y luego al mismo Alan García. "Tan es dictadura la mexicana", continuó, "que todas las dictaduras latinoamericanas desde que yo tengo uso de razón han tratado de crear algo equivalente al PRI".

    Los mazazos de Vargas Llosa parecían no terminar. Había asombro en la audiencia. Por un lado, es casi una regla no escrita del sistema político mexicano, léase el régimen priísta, y a los extranjeros les está vedado opinar en México sobre el país. Y peor de un latinoamericano, que por lo general, huyendo de exilios y persecuciones, acude a México, en busca de asilo. Además, Vargas Llosa hablaba en un evento que tiene el patrocinio de Televisa, consorcio que, sin pelos en la lengua, se define como "soldado del PRI".

    Después Vargas Llosa pareció conceder algo. Del sistema político mexicano elogió la revolución de principios de siglo. Destacó como valiosa "la reivindicación de la tradición prehispánica". Pero volvió a la carga. Acusó al PRI de haber utilizado la revolución "y la retórica demagógica" para eternizarse.


    Precisiones de Paz

    En su turno, Octavio Paz dijo que había que agradecer la intervención de Vargas Llosa, pero que era necesario aclarar ciertas cosas, ya que "como escritor e intelectual prefiero la precisión". "Primero", dijo, "lo de México no es dictadura, es un sistema hegemónico de dominación, donde no han existido dictaduras militares. Hemos padecido la dominación hegemónica de un partido. Esta es una distinción fundamental y esencial". Habló luego de lo "bueno" que el PRI ha realizado. Explicó que no ha suprimido la libertad -aunque aceptó que sí la ha manipulado- que ha conservado la sociedad civil y que no es un partido conservador "como el de Francisco Franco".

    "Este fue desde el comienzo un diálogo trunco", comentó a este periódico desde México el escritor colombiano Álvaro Mutis, quien por otra parte se definió como "alguien, desde siempre, ajeno a este tipo de reuniones, empezando por la palabra intelectual".



    El novelista José Saramago señaló desde Lisboa que este enfrentamiento es en realidad el tercer o cuarto acto de una competencia entre Paz y Vargas Llosa contra García Márquez y Fuentes, y añadió: "Estamos hartos de una discusión que es todo menos ideológica".

    "Soy muy amigo de García Márquez", señaló por su parte el novelista Juan Marsé, "pero no tengo intención de meterme en esta polémica, que por otro lado estaba latente. Paz no ha ocultado sus ideas conservadoras, incluso rematadamente de derechas. Ideas que respeto, como respetó también las de García Márquez o las de Neruda".

    El filósofo Eugenio Trías dijo: "De todos este asunto lo que me ha llamado más la atención son las declaraciones de Semprún cuando vino a decir que no existe mejor sistema que el capitalista. Ante tan luminosa frase todo lo demás me ha quedado en un segundo término. Estoy abrumado ante tanta burrada, no hago más que leer el periódico en su busca. Paz, Semprún y compañía me parecen todos como la computadora Hall de Una odisea en el espacío: viejas máquinas estropeadas".

    Luis Goytisolo dice que en el congreso de México es muy difícil llegar a un mínimo consenso porque hay posiciones muy encontradas.

    "Creo que el congreso mexicano ha elaborado una lista de buenos y malos y entre estos últimos incluye a Heidegger como apólogo del nazismo", indicó el escritor Félix de Azúa. "Si alguien realmente ha dicho eso, la lista de los malos, o mejor de los imbéciles, se ha quedado corta, pues debía incluir a todos los congresistas".

    martes, 19 de octubre de 2010


    El poder y el delirio

    Claves para entender a Hugo Chávez

    Mario Vargas Llosa
    Para LA NACION

    Sábado 27 de diciembre de 2008

    El poder y el delirio
    Caricatura Huadi


    LONDRES.- Quienes consideran al comandante Hugo Chávez un ser primitivo y superficial, juzgándolo sólo por sus apariciones televisivas, en las que derrocha truculencia, demagogia, diatribas y jerga, se llevarán una sorpresa leyendo el libro que el historiador y ensayista mexicano Enrique Krauze ha escrito sobre el presidente venezolano: El poder y el delirio . En su intenso rastreo, Chávez aparece, desde adolescente, antes de ingresar al ejército, como un joven abrasado por una pasión subversiva y patriótica, que practica el béisbol con éxito y devora libros de historia de su país, biografías de sus héroes, y escudriña sin tregua la vida y proezas de Bolívar, a quien profesa un culto religioso y sueña con emular.


    Más tarde, ya de oficial, experimentará una singular conversión a la ideología y los designios revolucionarios de los guerrilleros, a quienes fue enviado a combatir a la región de Anzoátegui. Allí, en los 70, leyó un libro que, según Krauze, cambió su vida: El papel del individuo en la historia , del padre del marxismo ruso, Gueorgui Plejánov. A partir de entonces, mezclando reflexiones propias con lecturas de Marx, Lenin y panfletos revolucionarios latinoamericanos, al mismo tiempo que a su devoción por Bolívar añadía la fascinación por Fidel Castro, irá construyendo su peculiar ideología, una alianza de militarismo, marxismo y fascismo, en el que el eje y motor de la revolución es el héroe epónimo, entendido éste en la acepción carismática y trascendental que le atribuyó Carlyle en su libro (tan admirado por Hitler) De los héroes y el culto de los héroes . Todo en secreto, claro, pues el ejército del que forma parte Chávez entonces se halla identificado con los gobiernos democráticos de Venezuela y empeñado en una lucha difícil contra las guerrillas que, apoyadas por Cuba, han abierto varios frentes de lucha en el interior del país. Dentro de sus filas, Chávez forma sociedades secretas y conspira, preparando la toma del poder mediante un golpe, algo que sólo intentará, fracasando, años más tarde, en 1992, durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez.


    Cuando el comandante Chávez sube al poder, en 1998, ungido por los votos de los electores venezolanos, está lejos de ser un improvisado. Va a poner en práctica un proyecto político y social que irá puliendo y radicalizando desde el gobierno, pero que ya le rondaba la cabeza desde su juventud. Esta es también una tesis que hace suya el ex presidente boliviano Jorge Quiroga, para quien Chávez es un astuto estratega que, detrás de sus extremos histriónicos, edifica sin prisa ni pausa y a golpes de petrochequera un imperio continental estatista, totalitario y caudillista. Este proyecto, dice Krauze, aunque se promueve a sí mismo con una retórica revolucionaria y marxista, tiene, por su componente militarista, vertical y sobre todo el culto irracional del héroe, una entraña fascista, y su semejanza mayor, en América latina, son Perón y el peronismo.


    Uno de los aspectos más interesantes de la investigación de Krauze es mostrar la influencia que ejerció sobre Chávez un pintoresco personaje de híbrido prontuario, Norberto Ceresole, peronista, profesor de la Escuela Superior de Guerra en la URSS, representante de Hezbollah en España, antisemita y neonazi militante, autor de libros de geopolítica que negaban el Holocausto. Luego de haber estado vinculado a la dictadura militar de izquierda del general Velasco Alvarado en el Perú, Ceresole se convirtió en asesor y panegirista del comandante Chávez, a quien acompañó en sus giras por el interior de Venezuela.


    El de Krauze es un libro muy ameno, compuesto de ensayo histórico, reportaje periodístico, documento de actualidad y análisis político. Traza un fresco del pasado inmediato venezolano, donde encuentra las raíces secretas de la crisis que abrió a Chávez las puertas del poder en el deterioro, despilfarro y corrupción en que degeneró una democracia que, a la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, y con el gobierno de Rómulo Betancourt, había abierto un período, ejemplar en ese momento, de libertades públicas, fortalecimiento de las instituciones civiles y de la legalidad, a la vez que de intensa preocupación social.


    Con justicia, Krauze llama a Betancourt "la figura democrática más importante del siglo XX en América latina", pues no sólo impulsó la libertad en su país, sino que luchó contra todas las dictaduras, de Trujillo a Fidel Castro, que mantenían al continente en el atraso y la barbarie. Si la llamada "doctrina Betancourt", que quería comprometer a todos los gobiernos democráticos del continente a romper relaciones con todo régimen de facto, hubiera prosperado, otra sería la suerte política de América latina en la actualidad. Por eso fue atacado con ferocidad sin igual por los dos extremos y se salvó de milagro de los varios atentados contra su vida. Krauze tiene razón: Rómulo Betancourt fue un demócrata cabal, un estadista honrado y lúcido, y si los gobernantes que lo sucedieron hubieran seguido su ejemplo jamás hubiera surgido en Venezuela un fenómeno como el de Chávez. Por desgracia, no fue así, y la ineficiencia y la corrupción que vinieron después hicieron que grandes sectores sociales, frustrados en sus anhelos, se dejaran seducir por los cantos de sirena revolucionarios. Y ahora, mientras luchan por recuperar la democracia que perdieron, aprenden (¿aprenden de verdad?) que el sacrificio de la libertad es siempre inútil, pues los hombres fuertes y caudillos acarrean siempre peores males que los que pretenden remediar.


    En los animados diálogos y mesas redondas y entrevistas con intelectuales venezolanos de distintas tendencias que acompañan el ensayo de Krauze, se despliega toda la complejidad de la situación actual en Venezuela, y queda claro que hay criterios muy diversos entre los análisis que hacen distintas figuras de la oposición, de un Teodoro Petkoff a un Germán Carrera Damas o a un Simón Alberto Consalvi, para explicar el fenómeno Chávez. Pero lo que surge de todo ese rico material polémico es algo que resulta muy alentador: lo más graneado y sólido de la intelectualidad venezolana, sea de izquierda, de centro o de derecha, milita en las filas de la oposición democrática al régimen caudillista de Chávez y trabaja para impedir que el proyecto autoritario cancele los espacios de libertad que aún sobreviven. Y todos parecen coincidir en la convicción de que esa lucha por la libertad debe ser pacífica, de ideas y principios, y electoral. Esta es la primera vez en la historia de América latina en que un régimen "revolucionario" no ha conseguido reclutar a un solo artista, pensador o escritor de valía y más bien se las ha arreglado para ponerlos a todos ellos en la oposición. Vale la pena subrayarlo y celebrarlo, porque lo cierto es que hasta ahora todas nuestras dictaduras, sobre todo si eran de izquierda, han tenido cortesanos intelectuales, y a veces de alto nivel.


    No es menos extraordinario que en la resistencia a Chávez militen, en la vanguardia, los estudiantes universitarios, en su gran mayoría, y, sobre todo, los de las universidades públicas, es decir, los de origen social menos próspero. Enrique Krauze entrevista a varios de ellos y hace un perceptivo examen de las razones que han llevado a los jóvenes venezolanos a rechazar la supuesta "revolución socialista del siglo XXI" y a movilizarse, en diciembre del año pasado, contra el intento del régimen de Chávez de legitimar su eternización en el poder mediante un plebiscito.


    La derrota que allí experimentó el régimen, por primera vez, es una fecha histórica, porque desde entonces ha cambiado la correlación de fuerzas, y ello ha quedado demostrado el pasado 23 de noviembre, con los resultados de las elecciones en las que la oposición conquistó los cinco Estados principales del país y un gran número de alcaldías. No creo que sea wishful thinking predecir que, desde ahora, y aunque ello tome tiempo, Venezuela dejará de retroceder hacia el autoritarismo pleno y avanzará de nuevo hacia una democracia renovada, enriquecida por la experiencia y vacunada contra los errores que engendraron la anomalía de la que ahora trata de emanciparse.